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El suelo arraiga la desigualdad

Francisco Sabatini

El suelo arraiga desigualdad

El barrio donde se vive no solo significa estatus, sino también oportunidades para progresar. Tratar de entender el fenómeno cultural y social que eso implica es el trabajo que está realizando Francisco Sabatini, sociólogo del Instituto de Estudios Urbanos y Territoriales. 

"La ciudad hace algo más que simplemente contener una forma de pobreza", dice Francisco Sabatini, académico del Instituto de Estudios Urbanos UC. "El territorio y las relaciones que se dan en él suman un elemento más a la pobreza: la segregación. Esta separación de los grupos sociales tiene efectos que son propios del hecho de estar aglomerados o separados, independientemente de la condición social", asegura el investigador.


Si bien hace diez años que Francisco Sabatini está buceando en temas de segregación urbana –trabajo donde el profesor e historiador de la UC, Gonzalo Cáceres, y el economista del Instituto Lincoln para Políticas de Suelo (Boston) Martim Smolka, son fundamentales–, la pobreza ha sido un tema que le ha interesado toda la vida.

Su primer impulso fue estudiar arquitectura, otra de sus pasiones, pero se decidió por la sociología por ese tipo de pensamientos, asegura, que solo se tienen a los 16 años. "Pensé que si era arquitecto, iba a trabajar diseñando casas para la gente que tiene plata y yo quería trabajar para los pobres", recuerda.


Con ese plan en mente estudió sociología en la Universidad Católica y terminó enseñando en la Facultad de Arquitectura. Siguió con un magíster en estudios urbanos en la UC y un doctorado de la Universidad de California (EE. UU.) en participación de pobladores en organizaciones de barrio.

El vecino más rico posible

"La pobreza disminuye la geografía de oportunidades. Por ejemplo, hogares igualmente pobres que viven en barrios muy homogéneos tienen menos información y oportunidades laborales", explica Francisco Sabatini. Estas, asegura, son una serie de desventajas objetivas, pero que van acompañadas de otras tantas subjetivas. Y es en ellas donde está concentrado actualmente junto a Guillermo Wormald, también sociólogo y profesor de la UC.

"Las desventajas subjetivas tienen que ver con la idea de gueto y el estigma que cae sobre sus habitantes. Ese prejuicio afecta a las personas que buscan trabajo y no pueden decir dónde viven, por ejemplo. Pero además influye especialmente a los jóvenes, porque cunde la desesperanza, surgen los antivalores como no ir al colegio o pegarles a los compañeros, entre otros", explica Francisco Sabatini.

El problema, agrega, es que no se entiende bien cómo se generan esos guetos, por lo que es complejo encontrar una solución. "Son una especie de enjambre de comportamientos sociales que se refuerzan unos con otros, como el retraso escolar, el abandono, la violencia, la drogadicción, el tráfico de drogas y el crimen", detalla.

La complejidad que hoy ha alcanzado el tema permite analizarlo desde distintas aristas y las políticas de suelo pueden ser un ángulo que esconda una solución. Si son los mercados de terrenos los que tienen que ver con cómo se organiza la ciudad, es la segregación la que se relaciona con la organización espacial de los grupos sociales. "Si el suelo fuera igualmente barato en todas partes, no habría segregación", dice el académico de la UC.

"En las mejores partes de la ciudad se van a quedar los que pueden pagar más, así como los con menos recursos se quedarán en las zonas que los otros no quieren. Así es como se genera la segregación", advierte Francisco Sabatini. "Pero hay más. La cultura, identidades sociales, desigualdades, clasismo y seguridad la aumentan", agrega el académico.

Adolescencia urbana

En EE.UU., donde existe la movilidad social, hay una clase media fuerte y siempre hay gente ascendiendo y moviéndose a vivir a barrios que están de acuerdo a la condición social a la que aspiran. "Esos grupos se aseguran que sus barrios no sean penetrados por las clases bajas, para no ser confundidos con estas, ya que ellos vienen de ahí", cuenta Francisco Sabatini. "Llamamos a ese fenómeno 'adolescencia urbana', porque hay algo en él del adolescente, que aún no tiene identidad madura y toma poses de adulto", explica.

Este fenómeno está ocurriendo en Chile porque ha habido crecimiento económico y reducción de la pobreza, asegura Francisco Sabatini. Y pone un ejemplo: la toma Esperanza Andina, en Peñalolén. Ahí, sus pobladores se ganaron viviendas básicas que fueron construidas frente a la entrada de la Comunidad Ecológica, lo que les permitió estar cerca de clases más altas y del progreso. Pero luego de algunos años apareció otra toma en Peñalolén y surgió el mismo problema: dónde ubicar más viviendas básicas. Una de las opciones era en la misma Comunidad, pero no solo sus habitantes se opusieron. Los de Esperanza Andina solidarizaron, a pesar de que se estaba repitiendo exactamente la misma historia que ellos habían vivido.

"Eso es adolescencia urbana. Un sector que ya tiene aspiraciones de clase media y adhiere con los otros, porque a todos les conviene que sus vecinos sean lo más ricos posible para tener más áreas verdes, mejores servicios y más seguridad", agrega.

Barrio de laboratorio

Francisco Sabatini y su equipo comprobaron empíricamente los efectos de la segregación en un proyecto Anillo, que terminó en 2008. Compararon ocho conjuntos de vivienda básica iguales, pero que variaban en su nivel de segregación según su localización. En Santiago, Talca y Concepción midieron barrios rodeados de pobreza, de situación intermedia y cercanos a zonas de clase alta.

"Comprobamos que hay un efecto de la segregación importante según la localización de los conjuntos. Considerando que las familias son iguales cuando llegan, en Las Condes salió de la pobreza un grupo mucho más alto que la gente que estaba ubicada en Puente Alto", explica el académico.

"Si la concentración espacial afecta a la pobreza, lo lógico es dispersarla", advierte Francisco Sabatini. El problema es cómo. En países desarrollados hay varias políticas que se han implementado. En EE.UU. es el mercado el que da el incentivo, mientras que Francia obliga a sus municipios a que el 20% de su parque de viviendas sea de bajo costo.

Pero la ausencia de políticas no es la única piedra de tope para una solución. Francisco Sabatini y su equipo realizaron dos encuestas: la primera, solicitada por el Ministerio de Vivienda, fue hecha a 1.500 personas en tres ciudades, y la segunda a otras dos mil también en tres ciudades, pero esta vez financiada por un segundo proyecto Anillo en conjunto con el Ciesas, de México, y la Universidad de Texas, Austin. Sorprendentemente, en las dos encontraron una gran disposición de las clases media y alta a la integración social.

"La primera sospecha es que podría ser un discurso políticamente correcto, pero entramos en el área chica y encontramos que sí existe dicha disposición", asegura el investigador de la UC. "Eso sí, esta se traba con una serie de mecanismos prácticos, como el precio del suelo, y una serie de temores, como la disminución del valor de las propiedades o que

los hijos pueden adquirir 'malas costumbres'". Aún así, la conclusión que tienen hasta ahora es que la gente sí está dispuesta a compartir barrio con personas de otra clase social, pero bajo ciertas condiciones. "Cuando se les pregunta qué atributos debiera tener una vivienda ideal, la composición del barrio recién aparece en quinto lugar", cuenta Francisco Sabatini. "Nuestra hipótesis es que, culturalmente, no hay impedimentos para reducir la segregación en Chile, a pesar del clasismo", reflexiona.