Vicerrectoría de Investigación

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Los secretos de los textiles andinos

Soledad Hoces

Los secretos de los textiles andinos

Un tejido antiguo puede guardar mucho más que su edad. Por eso, desde los años 80, la académica de la Escuela de Diseño Soledad Hoces de la Guardia está estudiando mantos y vestuario para recuperar las técnicas de elaboración perdidas.

Mi pasión comenzó debajo de la máquina de coser de mi mamá", asegura Soledad Hoces de la Guardia, académica de la Facultad de Arquitectura, Diseño y Estudios Urbanos de la Universidad Católica. "Yo era la menor y pasaba más tiempo con ella. Y como cosía mucho, me armaba una casita bajo la tabla extendible de la máquina y ahí jugaba con los botones y hacía cosas para mis muñecas", recuerda.
 Con el tiempo ese hobby se perdió en el vacío, cuenta, hasta que llegó el momento de entrar a la universidad. "Había pensado en arqueología, pero como tenía claro que quería tener una familia no me imaginaba haciéndolo perdida en terreno. Por eso entré, finalmente, a Diseño en la Universidad Católica", asegura la académica: "Ahí redescubrí que los textiles era lo mío. Fue pasión, amor loco. ¡Podía seguir de noche trabajando en los telares!".

A mediados de los 80 y recién egresada, fue invitada por la profesora Carmen Gloria Gajardo a sumarse al equipo de trabajo del Museo Chileno de Arte Precolombino para realizar el primer fichaje de carácter técnico textil de la institución. Como la mayoría de la colección venía del mundo privado, dice, no estaba documentada adecuadamente. Se trataba de una gran cantidad de material sin información de contexto.

Qué materiales se usaron, qué tipo de hilado, identificar el tipo de estructura, las terminaciones, los colores y las técnicas para representar sobre los textiles eran parte de la titánica tarea que comenzó en los ochenta y que aún no termina. "A través de ellos logramos reconocer grupos de textiles asociados a culturas específicas, a momentos dentro de esa misma cultura, o incluso a expresiones particulares", dice.

Y aunque la mayoría de la muestra contiene textiles de culturas que estuvieron ubicadas en lo que hoy es Perú, hay un número importante de piezas del norte de Chile a la cuales la investigadora se ha abocado recientemente.

La primera parte de ese trabajo les permitió publicar resultados solo un año después, en 1986, con fondos del mismo museo. Luego vendría, en 1991, el primero de varios proyectos Fondecyt que le han permitido –junto a Paulina Brugnoli y Paulina Jélvez, académicas de Diseño UC, retirada y en funciones, respectivamente– profundizar en distintos aspectos de los textiles.

"En ese primer fichaje ordenamos el material y comenzamos a armarnos de un cuerpo de información muy interesante sobre técnicas textiles andinas. Nos encontramos con una riqueza fascinante de posibilidades en la expresión, la cual no solo volcamos hacia los alumnos –o a cursos de extensión–, sino también en cómo devolver esas riquezas olvidadas a los artesanos, sus herederos", dice la investigadora.

Para ello han ordenado su trabajo en varias publicaciones, entre las que se encuentran papers, manuales de recuperación de técnicas textiles y libros. La primera es de 2006 y se relaciona con las técnicas de terminaciones; la segunda, que está a la espera de financiamiento, aborda la representación; la última es parte del proyecto Fondecyt 2010-2012, y se enfoca en el uso del color en los textiles arqueológicos en el norte de Chile.

"Hemos tratado de acercarnos a los textiles desde una óptica andina, a través del contacto con tejedoras, para entender sus lógicas constructivas", cuenta Soledad Hoces de la Guardia. "En los espacios tradicionales, el sentido que le dan al tejido está mucho más comprometido con un tema de vida. Incluso las tejedoras aimaras piensan en él como un cuerpo; como un ser vivo que, cuando se va abriendo la urdimbre para que pase la trama, muestra su boca para alimentarse", explica la académica de la UC.

Por lo mismo, agrega, un buen tejido tiene que estar absolutamente terminado en sus bordes cuando sale del telar: "Es una corporalidad en sí misma, que no puede ser cortada; sería como algo criminal".

A pesar de todas las intervenciones que estas culturas han tenido desde la llegada de los españoles, aún se pueden encontrar esas tejedoras tradicionales. Aún así, no todas las técnicas han perdurado. Por eso, es vital el trabajo que hace la académica de desentrañar las complejidades de los tejidos para luego plasmarlas en dibujos y devolverlos, como si fueran recetas de entramados olvidados, a quienes pueden revivirlos.

"En el equipo reproducimos las técnicas que encontramos creando muestras que imitan a los originales. Ésta es la única manera de explicarle a otros lo que descubrimos", asegura Soledad Hoces de la Guardia. "El máximo logro ha sido poder llegar con esto a las tejedoras y que ellas lo reconozcan como un valor", explica.

Entender las técnicas utilizadas no es lo único que se puede decodificar: hay aspectos de interpretación, relacionados con qué quiso decir y representar el artista, que son cruciales para comprender el todo. "Tratamos de entenderlo, pero reconociendo la insalvable brecha cultural y de tiempo que tenemos con las piezas. Por ejemplo, las artesanas de hoy no están vinculadas a los manteles rituales de su cultura del 1200; y cuando se los hemos mostrado sus comentarios son valiosísimos, porque vienen desde la perspectiva de la experiencia y de la cultura propia. Esto nos ha permitido entender mejor la importancia de ciertos colores y la rigurosidad con la que se programa el textil, entre otros aspectos", explica la profesora.

Pantón patrimonial

La última área de los textiles en que Soledad Hoces de la Guardia y el equipo ha trabajado ha sido en el uso del color. Financiada por un Fondecyt, ha analizado distintas piezas tan antiguas como las de la cultura Chinchorro, que data del 1000 AC y que tiene colores como el morado, que viene del loco, y una especie de rojo obtenido de tintes de raíces de chapi-chapi.

Utilizando un espectrofotómetro, las investigadoras pueden medir localmente el color del textil y traducir su información a números, los que se convierten en una especie de pauta para reproducir la tonalidad exacta en distintos soportes o materiales. Estos pueden ser desde fibra de alpaca o algodón, hasta papel y la pantalla del computador.

"Hemos teñido con estas recetas distintas fibras y hemos logrado un nivel de fidelidad muy bueno", dice Soledad Hoces de la Guardia. Incluso lo han hecho en lanas de alpaca de distinto color, blancas, grises o cafés, para ver cómo el tono cambia de una a otra. Luego de las distintas pruebas obtuvieron una carta de color que llegó a tener 255 tonos distintos. "Estamos en proceso de reducción, porque no siempre son distinguibles por el ojo humano", especifica. La meta es dejar menos de 50.

"El objetivo de este trabajo es rescatar un lenguaje específico de color. Sus luminosidades son únicas, al igual que los tintes utilizados. Y juntos funcionan muy armónicamente, porque son de origen natural y de un lugar determinado", explica la académica UC. "Si represento estos colores en otros medios, los uso para comunicar en sistemas diferentes a los que fueron originalmente concebidos; esto le va a dar a la nueva representación un lenguaje totalmente distinto", asegura.

Así, los colores que utilizaron las culturas ancestrales del norte del país podrían, en un futuro, estar plasmados en un aviso publicitario, en una pintura o incluso en una página web.